La historia de Hugh empieza a medias,
porque hay una parte que nunca se sabrá. Nunca sabremos qué hacía
en mitad de una carretera con tráfico con exceso de velocidad y con
poca visibilidad en medio de una zona residencial alejada del núcleo
de San Vicente del Raspeig (Alicante), a las diez de la mañana,
correteando cruzando la carretera, curioso y feliz como cualquier
cachorro de dos o tres meses, ajeno a peligros, ruedas de coches,
camiones, gentuza poco amigable...
No sabremos quién era su madre (aunque
sospecho que su padre era un perro que frecuentaba el mismo sitio y
vivía en una finca cuyos propietarios permitían sus vagabundeos
porque “tiene 10 años y siempre se escapa y se va de paseo, luego
vuelve...” (ajá, sí, muy responsable...).
Ni tampoco sabremos si tenía hermanos
y dónde fueron a parar. No sabremos si lo abandonaron, con un collar
de perro adulto, viejo y ajado, cortado a lo cutre para ajustarlo a
un cachorro pequeño y lo dejaron en esa carretera. O quizá fuera
el típico cachorrito-regalo que se “pierde” convenientemente
cuando empieza a molestar o es descubierto por un padre o madre que
no estaba de acuerdo con semejante adquisición... Puede que
simplemente se escapara de una casa en donde nadie velaba por su
seguridad... o que fuera un relevo para un perro viejo, que se
escapaba todas las mañanas y se iba a “pasear” por una zona
llena de carreteras, coches, camiones y peligros, que algún día ya
nunca conseguiría volver a su “hogar”. No lo sabremos y sólo
nos queda imaginar y elucubrar historias...
Lo que sí sabremos es que una ciclista
se paró en cuanto vio al cachorro y lo llamó. Que el cachorro se
acercó moviéndole el rabo, feliz y dicharachero y la ciclista lo
cogió en brazos y le preguntó qué narices hacía él allí en
medio, que ese no era lugar para él porque le iban a atropellar y
que buscaría a sus dueños. El cachorro la escuchó con atención y
le dio besitos y ella lo cogió con un brazo, se montó en su bici e
hizo tres kilómetros con el perrillo bien sujeto, que se dejó hacer
y en ningún momento mostró miedo o deseos de huir de aquella
extraña humana que lo llevaba a toda velocidad en un artefacto de
dos ruedas hacia un lugar seguro: su casa de alquiler...
Cuando la ciclista llegó a su casa y
llamó al timbre de su casa avisando a su pareja de que bajara al
rellano, ésta ya intuía que le traía un “regalito”. Y la odió
por no poder quedarse en casa ese día y tener que ir a trabajar y
separarse de esa bolita negra de pelos y ganas de jugar...
Marditah bola de pelos adorable... |
En la casa ya había un peludo
rescatado de debajo de un coche, un gato naranja rayado cuya madre
jamás regresó a por él y pasó tres noches llorando en la calle,
llamándola desesperado. Un gato que costó sangre, sudor y grasa de
motor rescatar y ya llevaba un año viviendo como un marqués felino
allí. Un gato, llamado Simba, que consideró al cachorro como un
divertido compañero de juegos desde el primer momento y lo aceptó
al instante de conocerlo.
Obviamente, los dueños del cachorro no
aparecieron y nadie lo reclamó. Obviamente, la ciclista y su pareja
tuvieron que plantearse qué hacer con él, si llevarlo a una
protectora o... quedárselo.
No era una decisión sencilla, sólo
había un sueldo en la casa, vivían de alquiler y habría que
consultarlo con los dueños, ya tenían un gato y un perro era una
responsabilidad grandísima que vive muchos años... (educación,
higiene, salidas diarias, no tener tanta libertad para salir o
viajar... etc, etc).
¿En serio me vas a llevar a la protectora? |
Al final y tras semanas pasarlo mal con
nervios, preocupaciones, discusiones y consultas a la familia y a los
dueños del piso, se acabó decidiendo lo que ya se sabía desde el
principio: el cachorro se quedaba...
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