El pasado 26 de junio hizo dos años que Bruma dejó de ser la
princesa de su albergue, Asoka el Grande, y la única de su camada en
la que ningún adoptante se fijó, para convertirse en la princesa de
nuestra familia y nuestra casa.
Bruma el día de su adopción, de camino a su futura casa |
Por una de esas tristes casualidades, en esa misma semana nos
enteramos de que uno de sus hermanos, el primero que fue adoptado,
había vuelto al albergue.
La familia que adoptó a Piqué siendo un cachorrito se muda a un
piso y sus integrantes no pueden o quieren permitirse llevar a su
perro, con ya casi tres años de edad, con ellos. Por fortuna han tomado la decisión de
hacer uso del derecho y obligación de devolver al perro adoptado a
Asoka en el caso de renunciar a su cuidado, donde Piqué tendrá atendidas sus necesidades mínimas de alimentación y refugio y no correrá peligros mientras viva o, si tiene suerte, pueda volver a ese hogar que todo perro debería tener. Pero Piqué ha sufrido la perdida de algo que, desde nuestro punto de vista, es una necesidad básica más para un perro: una familia.
Puesto que no conocemos las circunstancias que han llevado a estas personas a tomar esta decisión, no estamos en posición
de juzgar a nadie ni es nuestra intención. Nos gustaría, no obstante, además de
ayudar a difundir al hermano de Bruma para que encuentre cuanto antes
un hogar definitivo (que, aunque no lo merezca más que cualquier
otro perro, sería absurdo negar que nos afecta),
compartir la situación en que Bruma, un mestizo de galgo de
23 kilos, fue adoptada y continua viviendo feliz y equilibradamente. Y sin necesidad de parcelas, jardines o hectáreas de vivienda.
Cuando adoptamos a Bruma vivíamos en un piso de alquiler de 60
metros cuadrados, dos personas, un gato y otro perro. Está claro que
no todo el mundo puede tener unos arrendatarios que sean unas
excelentes personas y confíen plenamente en la responsabilidad de sus inquilinos, pero aún contando con eso, hubo que hacer algunos
ajustes en la pequeña casa y en nuestras vidas, “hacerle sitio” en un sentido físico y abstracto.
Lo más importante a la hora de hacerle hueco físico al perro es que el
espacio con que contemos esté libre de objetos que puedan ser
peligrosos para ellos, bien porque los puedan romper accidentalmente
o porque puedan hacerse daño si se mueven rápido por la casa. Es
posible que no podamos tener expuestos en la casa todos los preciosos objetos
decorativos que nos ha ido regalando la familia cada navidad, o que
tengamos que tener los muebles amontonados de una forma menos estética
que la que nos gustaría, pero es un pequeño sacrificio que nos beneficia a todos. Cuanto más espacio libre haya, más cómodos estarán los perros, nosotros nos sentiremos menos agobiados y la limpieza será
mucho menos costosa (así que ya sabéis, la solución no son más metros, son menos cosas ;) ).
Tradicionalmente se consideraba el tamaño (tanto del perro como de la casa) como el factor determinante para decidir qué perro poner en nuestras vidas, cuando un factor mucho más relevante a tener en cuenta es su
carácter. Pero no para decidir si es conveniente para tenerlo en un piso
o no, sino porque habremos de decidir si estamos dispuestos a adaptarnos lo
suficiente como para poder satisfacer sus necesidades de
estimulación, tanto físicas como mentales.
Aún es frecuente encontrarnos con la opinión generalizada de que un perro grande necesita una casa con jardín
o un campo, como si ese fuera el único requisito para que el perro sea feliz y meterlo en un piso normal fuese un acto de crueldad. Esta creencia ha estado favoreciendo que se abandone el cuidado de las necesidades físicas y mentales de los perros en casas con terreno, cuando tener espacio no es excusa para privar al perro de un enriquecedor
paseo en el que recrearse en los estímulos olfativos, visuales y
auditivos nuevos y cambiantes del exterior (los de su “territorio”
por grande que este sea no dejan de ser los mismos día tras día y
el perro no obtiene ningún tipo de estimulación a través de
ellos), además de encontrarse con otros perros y personas y realizar la actividad con el
ser humano para la que estén probablemente mejor adaptados:
acompañarnos allá donde vayamos.
Por suerte, parece que estas concepciones van cambiando y la sociedad es menos reacia a la idea de que un perro
pueda realizar una vida normal en un piso, si realiza suficientes
salidas y ejercicio al día. Sin embargo, los largos paseos y el
ejercicio físico intenso no son nuestras únicas herramientas para
hacer de nuestro gran (o pequeño) compañero un perro satisfecho. No hace
falta que estemos en paro para poder darle al perro tres paseos de
una hora al día, o que movamos el coche todos los días para ir al
campo o al parque de perros de la ciudad de al lado, o que tengamos
que apuntarnos al gimnasio para poder empezar a correr la media
maratón con nuestro perro y conseguir cansarlo (aunque esto
redundaría en un beneficio para la salud de muchas personas ;D ).
Hay muchas formas de enriquecer la vida de un perro y divertirle (y,
por qué no decirlo, cansarle para que descanse en los momentos
apropiados) de la misma manera que nosotros vemos una peli, leemos o
jugamos a un videojuego dentro de casa, como pueden ser el
entrenamiento del olfato, la enseñanza y práctica de habilidades o
trucos, los juguetes interactivos o el juego coordinado.
Hugh y Bruma nos traen las zapatillas antes del paseo, una rutina que mantiene su mente despierta y fomenta el trabajo en equipo |
Bruma estudiando para las prácticas del curso de localización olfativa. Aunque la droga que encuentra es legal y barata, es una actividad muy beneficiosa que todos disfrutamos :D |
El juego coordinado refuerza nuestro vínculo y las normas, al tiempo que
nos divertimos y hacemos ejercicio |
Estas actividades que proveen al perro de ejercicio físico y, muy especialmente, mental, no sólo son formas de disfrutar de nuestros compañeros y sus fascinantes capacidades, sino que también son herramientas relativamente
rápidas (15 minutos de enseñanza de habilidades pueden agotar al
perro tanto o más que un paseo de una hora) para entretenerlos en el
día a día junto con sus salidas mínimas y otras actividades al aire libre, para que tengan una vida
rica y descansen en su cama en un rincón de nuestra pequeña casa el
resto del tiempo.
Pero, para todo esto y volviendo al tema principal de la entrada, hemos de
ser plenamente conscientes de cuanto estamos dispuestos a hacer por ellos. Un
perro requiere tiempo y algunos sacrificios, da igual si es grande o
pequeño. Un perro feliz requiere un poco más de tiempo y algunos
sacrificios más, pero, por encima de todo, ganas de esforzarnos para
disfrutar de su compañía al máximo. Si queremos un perrito de raza pequeña
porque nos gusta tenerlo en el sofá con nosotros, deberemos
apechugar con esta decisión y trabajar para que en la calle no desarrolle, por ejemplo, problemas de miedo por
inseguridad hacia otros perros. Si nos decidimos por un perro grande
porque tenemos espacio y nos gustan así, y el día de mañana nos mudamos
a la ciudad y resulta que el perro no sabe pasear con la correa,
deberemos buscar herramientas para educarlo y que todos podamos adaptarnos
lo mejor posible a nuestra nueva situación.
Y que no os engañen: a nadie que quiera un
perro grande debería condicionarle el espacio en que viva, sino la
verdadera voluntad de darle lo que necesite.
Esperemos que las próximas personas que se interesen por Piqué sean de nuestra opinión, y que su próxima familia sea la definitiva. Nos apena terriblemente que haya tenido que volver al albergue, así que a ver si conseguimos que alguien se enamore de este barbudo como nosotras nos enamoramos de la nuestra y pueda recuperar el lugar que, como perro, le corresponde cuanto antes.
Suerte, guapo.
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